Tepotzotlán de mis amores

Jan 25, 2017

De figuras y otras magias, No. VII

Los años pasan, pasaron y pasarán en Tepotzotlán

En la opinión y memoria de Juan Alberto Vega Barreto [Albar Says] para www.Tepotzotlánpueblomagico.org

“Hacía tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo”. Juan Rulfo

Llegó el día en que todos vemos un Tepotzotlán con diferente perspectiva, aquellos que han tenido la experiencia de visitar este sorprendente pueblo mágico, siempre regresan, eso es evidente. Sin embargo, con el paso de los años, los cambios se observan, la mancha urbana y rastro del hombre es cada día más evidente en un pueblo que se encontró algún día a las afueras de la zona urbana del valle de México, mismo que era un paso obligado en el camino a las tierras queretanas. Algunos de estos cambios son imperceptibles, otros son más que evidentes, pero sin importar la magnitud de esos cambios, lo que podemos observar y hablar, va más allá de lo físico, debido a que la esencia sigue presente e incluso da otra perspectiva de aquel que a más de una década de que fue nombrado pueblo mágico, sigue su camino sin olvidar su esencia.

Es imposible no recordar cuando los puestos de nieves se encontraban en la entrada al mercado, para algunos, esos puestos eran la evidencia de la tradición y peculiaridad de un espacio. Para otros, era la receta perfecta para cuando las anginas se inflamaban –aquí, tomo parte de la memoria familiar-  puesto que con comer una tradicional nieve de limón, era el santo remedio, para que la enfermedad disminuyera o se olvidara. Pero sin importar, las nieves se movieron de lugar, pero no por ello perdieron su sabor, hoy día se encuentran a un costado de la presidencia municipal y siempre cautivan al visitante. 

Recordar es vivir, la calle empedrada junto al museo, que siempre al pasar por ella, daba la experiencia de que el tiempo se había detenido en Tepotzotlán. Se puede evocar, que algunas de las calles, ya sea en la cabecera municipal, en los pueblos o en otros espacios, siguen conservando esa alma propia, puesto que se les ve, estrechas, pronunciadas y con bardas de cantera, piedra o tabicón, algunas otras con las zanjas en las que el agua sigue el cauce.  

Los sembradíos a un costado de la carretera -ahora que hablamos de zanjas- el ver espigar el maíz, las flores de las milpas, los cerros teñirse de colores; rosa, amarillo, verde, rojo en algunos otros espacios y momentos. El aroma a tierra mojada, la neblina al pie de los cerros y sobre todo escuchar a los adultos mayores citar; “niebla en el llano, seguro verano. Niebla en el cerro, será un aguacero.” Mientras son peras o manzanas, esto siempre fue atinado.  

Las cafeterías ¡cómo han progresado! En el centro se encuentran espacios para la conversación y el deleite del paladar, ya sea acompañada de alguna bebida caliente o fría, lo importante es mirarse a los ojos y que la conversación fluya. Pero en un tiempo, no muy lejano, las pláticas se tenían en el kiosco, en el atrio o en los rodetes de los árboles, no importaba el lugar, lo mejor siempre era que la plática llegará al clímax y con ella las verdades o sinceridades proliferaran.

Algo que no ha cambiado, son las parejitas que, en la barda del atrio se encuentran y en silencio se miran, se besan y algunas más también se disgustan. Si
tomamos las palabras del poeta del pueblo, Jaime Sabines; “El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, son los que cambian, los que olvidan.” Siempre es común observar a los jóvenes y enamorados en los diferentes
arcos del atrio de la iglesia de San Pedro, robarse besos, alimentar la pasión o incluso olvidarse, coloquialmente al caer de la tarde, pero también en los horarios en que salen de las diferentes escuelas.

Claro, que cada persona observa con diferentes ojos la evolución de un pueblo mágico, de un
espacio que para algunos es la evidencia traída al presente, para otros puede ser signos de que la modernidad nos ha alcanzado. Sin importar la índole de esos recuerdos, siempre será grato tomar un chocolate, en alguna de las banquitas del centro, comer unos esquites del centro y dejar volar los recuerdos, los sabores
que nos han cautivado y sonreír por ser parte de la historia de Tepotzotlán. 

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